Cuando en 2005 Laura Ricciardi y Moira Demos leyeron en un artículo
del New York Times la historia de Steven Avery quedaron conmovidas. Ambas
graduadas en cine en la Universidad de Columbia coincidieron que el tema podía
ser un excelente punto de partida para la realización de un documental.
La historia en si es fascinante. Un joven descarriado y con
pocas luces, perteneciente a una familia detestada por el resto de los
habitantes de un pequeño pueblo en el estado de Wisconsin, es inculpado por la
policía local por un intento de violación del cual era inocente y debe pasar en forma injusta dieciocho años
encarcelado.
Poco tiempo después de comprobarse su inocencia, y cuando
estaba a punto de cobrar de parte del estado una indemnización millonaria vuelve a ser acusado y encarcelado por otro crimen
del cual clama ser inocente. Casualmente muchos de los policías que lo habían
inculpado en su primera causa, fueron participantes activos en el armado de la
segunda.
En esta segunda causa queda también acusado un sobrino de
Avery, Brendan Dassey de solo dieciséis años de edad pero con el desarrollo mental
de un niño a quien a través de engaños y con la participación activa de su
propio abogado logran extraerle una confusa confesión.
El punto de vista de las documentalistas es el de la familia
Avery, principalmente el de los sufridos padres de Steven quienes apenas
estaban recuperándose de los dieciocho años de cárcel de su hijo cuando, deben
volver a pasar nuevamente por lo mismo.
Desde lo narrativo el documental puede separarse claramente
en dos mitades, en la primera vemos una poderosa historia llena de giros y
situaciones pirotécnicas que levantan su interés al infinito. Si bien con un
marcado tono parcial a favor del acusado, la historia señala cada uno de los
detalles en los cuales la policía local forzó las situaciones y las pruebas
para inculpar a Avery una y otra vez.
La parte final, que comienza con el segundo juicio, el tono
se hace bastante farragoso y mucho menos interesante. El problema, claramente,
fue que las documentalistas se encontraron en con un caso muy interesante del
pasado y luego, al tener que filmar un juicio y sus consecuencias posteriores “en
el presente” perdieran el tono y comenzaran a repetirse en largas e
insoportables tomas del galpón de chatarra de los Avery o en primeros planos
mostrando las caras de sufrimiento de los pobres ancianos.
Queda claro que el mensaje que se quiso dar en esta segunda
parte era una fuerte crítica al sistema judicial norteamericano en el cual los preconceptos y las cuestiones
subjetivas muchas veces pesan más que los hechos en si mismos. Sin embargo si
esas cinco horas finales se hubieran resumido en una o dos, el mensaje igual
hubiera llegado.
En resumen como documental es una producción con una fuerte
bajada de línea, pero fallida en su realización porque logra cautivar al
espectador con el planteo del caso pero luego en lugar de perturbarlo con las
consecuencias, lo aburre al extremo en un concierto de tecnicismos legales y
situaciones lentas y repetidas. Pudo haber sido una gran realización si lo
hubieran resumido en solo cuatro o cinco capítulos.
¿Consejo? Recomendada solo para muy fanáticos de los temas
legales.
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