jueves, 24 de diciembre de 2015

Making a Murderer – La justicia subjetiva y el documental aburrido

Cuando en 2005 Laura Ricciardi y Moira Demos leyeron en un artículo del New York Times la historia de Steven Avery quedaron conmovidas. Ambas graduadas en cine en la Universidad de Columbia coincidieron que el tema podía ser un excelente punto de partida para la realización de un documental.

La historia en si es fascinante. Un joven descarriado y con pocas luces, perteneciente a una familia detestada por el resto de los habitantes de un pequeño pueblo en el estado de Wisconsin, es inculpado por la policía local por un intento de violación del cual era inocente y debe  pasar en forma injusta dieciocho años encarcelado.

Poco tiempo después de comprobarse su inocencia, y cuando estaba a punto de cobrar de parte del estado una indemnización millonaria  vuelve a ser acusado y encarcelado por otro crimen del cual clama ser inocente. Casualmente muchos de los policías que lo habían inculpado en su primera causa, fueron participantes activos en el armado de la segunda.

En esta segunda causa queda también acusado un sobrino de Avery, Brendan Dassey de solo dieciséis años de edad pero con el desarrollo mental de un niño a quien a través de engaños y con la participación activa de su propio abogado logran extraerle una confusa confesión.

El punto de vista de las documentalistas es el de la familia Avery, principalmente el de los sufridos padres de Steven quienes apenas estaban recuperándose de los dieciocho años de cárcel de su hijo cuando, deben volver a pasar nuevamente por lo mismo.

Desde lo narrativo el documental puede separarse claramente en dos mitades, en la primera vemos una poderosa historia llena de giros y situaciones pirotécnicas que levantan su interés al infinito. Si bien con un marcado tono parcial a favor del acusado, la historia señala cada uno de los detalles en los cuales la policía local forzó las situaciones y las pruebas para inculpar a Avery una y otra vez.

La parte final, que comienza con el segundo juicio, el tono se hace bastante farragoso y mucho menos interesante. El problema, claramente, fue que las documentalistas se encontraron en con un caso muy interesante del pasado y luego, al tener que filmar un juicio y sus consecuencias posteriores “en el presente” perdieran el tono y comenzaran a repetirse en largas e insoportables tomas del galpón de chatarra de los Avery o en primeros planos mostrando las caras de sufrimiento de los pobres ancianos.

Queda claro que el mensaje que se quiso dar en esta segunda parte era una fuerte crítica al sistema judicial norteamericano  en el cual los preconceptos y las cuestiones subjetivas muchas veces pesan más que los hechos en si mismos. Sin embargo si esas cinco horas finales se hubieran resumido en una o dos, el mensaje igual hubiera llegado.

En resumen como documental es una producción con una fuerte bajada de línea, pero fallida en su realización porque logra cautivar al espectador con el planteo del caso pero luego en lugar de perturbarlo con las consecuencias, lo aburre al extremo en un concierto de tecnicismos legales y situaciones lentas y repetidas. Pudo haber sido una gran realización si lo hubieran resumido en solo cuatro o cinco capítulos.


¿Consejo? Recomendada solo para muy fanáticos de los temas legales.

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